martes, 10 de noviembre de 2015

La duda: una aproximación al conocimiento


Por: José Manuel Frías Sarmiento
“Dudar es más difícil que tener certezas”
Joaquim Hidalgo

Dudar es una bonita palabra. Pero lo es más su significado. Ya que es el único método posible para aproximarnos al conocimiento del objeto de nuestra duda. Dudar implica manejar premisas: significa un conocimiento anterior sobre el objeto, que nos permite opinar y razonar respecto de él. Dudar es analizar, cuestionar la realidad que hoy no nos satisface. La duda, entonces, es el quiebre de la realidad construida por nosotros. Es el sacudimiento que hace bailotear la seguridad en que nuestro saber se apoya. De repente desconocemos al objeto, se nos aparece como extraño, como no aprehensible: es el momento en que surge la duda. La cual rompe con la tranquilidad y nos sumerge en la confusión, nos acucia por una nueva verdad, un nuevo conocimiento que calme nuestro agitado espíritu.

Para despejar la duda, para escapar de la confusión y acceder a un nivel superior del conocimiento del objeto; para comprenderlo mejor y apropiarnos de él tenemos que retomar lo que ha significado, lo que ha sido para nosotros. Hemos de observar al objeto con toda frialdad. Tenemos que descentrarnos y observarlo desde fuera (pero sin olvidar que estuvimos adentro). Para poder entrar en él de nuevo o quedarnos afuera para siempre. Cuando volvamos, si volvemos, al objeto será porque lo asumimos tal cual es: con sus fallas y sus aciertos. Volveremos porque lo conocemos mejor y lo aceptamos como es, porque es de esa manera precisamente. En caso contrario, lucharemos por modificarlo o, en caso de no conseguirlo, por sustituirlo por otro; si es que podemos y si es que nos conviene más dejarlo que tenerlo. La duda entonces, lo repito, es un quiebre angustioso que nos hace conocer el objeto para aceptarlo, modificarlo o rechazarlo.

Tenemos que observar al objeto, en lo que hace y en lo que no hace, en lo que dice y en lo que no dice, con el fin de conocerlo mejor y de saber por qué está cambiando (o por qué creemos que está cambiando). Aquí conviene precisar que los objetos no hablan por sí solos; sino que responde únicamente a lo que se les pregunta: según la pregunta es la respuesta. Todos preguntamos lo que deseamos saber y no otra cosa. Aunque en ocasiones creemos que se nos responde algo distinto a lo que preguntamos, lo que sucede en realidad es que no hemos medido el alcance de nuestra pregunta. Muchas veces es tan amplio el reclamo que hacemos al objeto, que nos responde con datos que no comprendemos de inmediato, razón por la que es necesario volver y reflexionar sobre ellos. De ahí la importancia del análisis: de conocer las partes, los motivos, las causas, las reacciones del objeto para inquirir en el aspecto y el momento pertinente. En especial hay que ser meticulosos en seleccionar la fuente que suministre los datos. Muchas de las aproximaciones erróneas hacia el objeto tienen como origen una fuente equivocada y, por consiguiente, un análisis superficial y valorativo de los datos recabados: por ello se nos dificulta apropiarnos del objeto y desechar la subjetividad que nos aleja del planteamiento objetivo del análisis.

La duda es valiosa, puede surgir de un planteamiento equivocado y, sin embargo, es capaz de impulsarnos a reconocer lo equivoco del planteamiento que le dio origen, puede sacarnos del error, vía análisis, y hacernos reconocer la realidad del objeto que creíamos conocer. Reconocerla no implica, a fuerzas, que tengamos que aceptarla; si, en cambio nos da la pauta para rechazarla, modificarla o aceptarla.

Ni duda cabe: la duda es bonita y valiosa. Porque devela lo oculto y nos impulsa a construir una realidad distinta a la que ya no satisface a nuestro espíritu por una u otra causa: porque se muestra engañosa o porque tenemos una espesa venda en los ojos. La causa pude ser cualquiera de las dos, aunque yo me inclino por una sola. Y en ella incluyo a las dos, en tanto reconozco que si la realidad se muestra engañosa es solo porque no podemos o no queremos verla con claridad. Más aún cuando, con las lecturas de Bachelard, admito que toda luz proyecta una oscuridad, misma que no somos capaces de ver, deslumbrados por la claridad de aquélla.





José Manuel Frías Sarmiento
Asesor pedagógico en unidad Culiacán
de la Universidad Pedagógica del Estado de

Sinaloa (UPES) josemanuel.frias@upes.edu.mx