Por: José Manuel Frías
Sarmiento
“Dudar es más difícil que tener certezas”
Joaquim Hidalgo
Dudar es una bonita palabra. Pero lo es más su significado. Ya que es el
único método posible para aproximarnos al conocimiento del objeto de nuestra
duda. Dudar implica manejar premisas: significa un conocimiento anterior sobre
el objeto, que nos permite opinar y razonar respecto de él. Dudar es analizar,
cuestionar la realidad que hoy no nos satisface. La duda, entonces, es el
quiebre de la realidad construida por nosotros. Es el sacudimiento que hace
bailotear la seguridad en que nuestro saber se apoya. De repente desconocemos
al objeto, se nos aparece como extraño, como no aprehensible: es el momento en
que surge la duda. La cual rompe con la tranquilidad y nos sumerge en la
confusión, nos acucia por una nueva verdad, un nuevo conocimiento que calme
nuestro agitado espíritu.
Para despejar la duda, para escapar de la confusión y acceder a un nivel
superior del conocimiento del objeto; para comprenderlo mejor y apropiarnos de
él tenemos que retomar lo que ha significado, lo que ha sido para nosotros. Hemos
de observar al objeto con toda frialdad. Tenemos que descentrarnos y observarlo
desde fuera (pero sin olvidar que estuvimos adentro). Para poder entrar en él
de nuevo o quedarnos afuera para siempre. Cuando volvamos, si volvemos, al
objeto será porque lo asumimos tal cual es: con sus fallas y sus aciertos. Volveremos
porque lo conocemos mejor y lo aceptamos como es, porque es de esa manera
precisamente. En caso contrario, lucharemos por modificarlo o, en caso de no
conseguirlo, por sustituirlo por otro; si es que podemos y si es que nos
conviene más dejarlo que tenerlo. La duda entonces, lo repito, es un quiebre
angustioso que nos hace conocer el objeto para aceptarlo, modificarlo o
rechazarlo.

La duda es valiosa, puede surgir de un planteamiento equivocado y, sin
embargo, es capaz de impulsarnos a reconocer lo equivoco del planteamiento que
le dio origen, puede sacarnos del error, vía análisis, y hacernos reconocer la
realidad del objeto que creíamos conocer. Reconocerla no implica, a fuerzas,
que tengamos que aceptarla; si, en cambio nos da la pauta para rechazarla,
modificarla o aceptarla.
Ni duda cabe: la duda es bonita y valiosa. Porque devela lo oculto y nos
impulsa a construir una realidad distinta a la que ya no satisface a nuestro
espíritu por una u otra causa: porque se muestra engañosa o porque tenemos una
espesa venda en los ojos. La causa pude ser cualquiera de las dos, aunque yo me
inclino por una sola. Y en ella incluyo a las dos, en tanto reconozco que si la
realidad se muestra engañosa es solo porque no podemos o no queremos verla con
claridad. Más aún cuando, con las lecturas de Bachelard, admito que toda luz
proyecta una oscuridad, misma que no somos capaces de ver, deslumbrados por la
claridad de aquélla.
José Manuel Frías Sarmiento
Asesor pedagógico en unidad Culiacán
de la Universidad Pedagógica del Estado de
Sinaloa (UPES) josemanuel.frias@upes.edu.mx
Hola, soy José Manuel Frías Sarmiento. Agradezco la publicación de mi artículo. Me gustaría saber en donde conociste este texto de la Duda.
ResponderEliminarMi dirección es josemanuel.frias@upes.edu.mx
Hola, soy José Manuel Frías Sarmiento. Agradezco la publicación de mi artículo. Me gustaría saber en donde conociste este texto de la Duda.
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